Después de la brutal represión al Feriazo del 15 de febrero en Plaza Constitución, en la ciudad de Buenos Aires, la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) convocó a movilizarse a Plaza de Mayo para hacer un gran Verdurazo donde regalar más de 20.000kg de verdura fresca para la población empobrecida de la ciudad y alrededores.
Si ante el hambre la respuesta del Gobierno fueron los palos, las trabajadoras y trabajadores de la tierra plantearon lo opuesto: la lechuga, los morrones, la acelga, las berenjenas. Como las que Ángela Teresa levantó del piso rodeada de policías aquel viernes 15 inmortalizada en la imagen del fotógrafo Bernardino Ávila, que recorrió el mundo, y es la mejor síntesis de lo que pasó ese día. Tras la represión y la gigantesca ola de solidaridad de la población, la organización lanzó una exitosa campaña para encontrar a Teresa, y tras dar con ella la UTT se comprometió a abastecerla con verdura fresca de por vida.
Mientras tanto la consigna #YoElijoLaLechuga fue furor en las redes y se fueron sumando adhesiones de artistas y organizaciones hacia el 27F. Lo que iba a ser un Verdurazo en la Capital se transformó en una movida nacional. Si bien la agenda de los medios masivos prefirieron darle más manija a la represión del 15F que a la enorme movilización del 27, la realidad es que como hecho político lo que pasó el miércoles fue histórico: miles y miles de trabajadores y trabajadoras de la tierra se movilizaron a las principales plazas del país en 14 provincias, y también allí miles y miles de personas de las ciudades los esperamos y acompañamos. Emocionaba ver entrar a la plaza a esos grupos de productores, sus tractores, sus camiones de verdura, las madres con sus wawas en la espalda, las banderas escritas a mano; escucharlas hablar por micrófono y verlos repartir esa maravilla de verdura que es la síntesis del vínculo cultural que la humanidad supo construir con la naturaleza, con todo el resto de lo vivo en esta tierra.
¿Significa que (al fin) la ciudad los y las mira? no está dicho, pero sin dudas lo que se vivió este miércoles anuncia un tiempo distinto.
Muchas veces hemos planteado desde estas páginas que la posibilidad de construir la Soberanía Alimentaria de nuestro pueblo depende de muchas cosas, pero una central es que podamos construir otro tipo de relación entre el campo y la ciudad. Para eso la enorme mayoría de la población que vive en pueblos y ciudades debe levantar la vista del celular para darle una mirada más cercana a su plato de comida. Ahora que dramáticamente descubrimos la relación entre mucho de lo que nos enferma y mucho de lo que comemos a diario, ese plato es una ventana, el hilo desde donde tirar para encontrarnos con los trabajadores de la tierra y buscar soluciones a los problemas de todos.
En ningún multimedio se habla de las larguísimas jornadas de trabajo, de 10 o 12 horas, en las que producen las familias quinteras; en tierras de las que no son dueños por las que deben pagar alquileres exorbitantes y sin ninguna política que les permita acceso a ellas; rehenes de cadenas de comercialización perversas, y constantemente expuestos a los agrotóxicos que la práctica convencional impone de distintas maneras. Sin viviendas dignas, y sin coberturas sociales mínimas porque les fue dado de baja el Monotributo Social Agropecuario (MSA) que permitía a más de 100.000 personas acceder a una jubilación y salir de la informalidad.
Desde el poder se insiste en que estos hombres y mujeres trabajadoras de la tierra son “los pobres del campo”, y sus reivindicaciones “no tiene que atenderlas Agroindustria sino Desarrollo Social”. Es el viejo discurso de los poderosos que repiten los funcionarios, ocultando el verdadero peso económico de la llamada Agricultura Familiar (campesina, indígena) que representa el 60% de lo que nos alimenta todos los días. Un sector ninguneado cuando se nombra al “campo” mientras se asiste al agronegocio, que no produce alimentos para el pueblo sino commodities de exportación, biocombustibles, o insumos para distintas industrias (incluyendo la alimenticia, que nos enferma).
Contra tanta injusticia la experiencia que la UTT viene construyendo es realmente importante, combinando el reclamo concreto en calles y oficinas con la construcción de alternativas de una potencia que tenemos que acompañar desde las ciudades: Cientos de hectáreas libres de veneno y produciendo de forma agroecológica, redes de consumidores a través de bolsones y almacenes de ramos generales para garantizar precios justos, iniciativas legislativas para el acceso a la tierra y la construcción de colonias agrícolas de abastecimiento integral como las que funcionan en Jáuregui y San Vicente, y próximamente en Gualeguaychú; jardín para lxs niñxs de la tierra, alfabetización de adultos y escolarización; empoderamiento de las mujeres campesinas y recuperación de saberes ancestrales; iniciativas de maquinarias comunitarias; fábricas de biopreparados y distintos insumos para la autonomía de las cadenas trasnacionalizadas. En paralelo son parte de la lucha para defender las semillas en manos de los pueblos; contra el modelo de agronegocios que expulsa, contamina y envenena; y para que el sector de la agricultura familiar campesina pueda ocupar el lugar que merece en el debate más general de qué país queremos para todxs.
Del 27F todas las organizaciones campesinas salen fortalecidas, y también quienes desde las ciudades queremos tener la posibilidad de acceder a alimentos sanos a precios justos.
Mientras en todo el país nos preparamos para defender las semillas del renovado intento del gobierno y las multinacionales de reformar la Ley Argentina; y mientras las distintas comunidades siguen enfrentando al agronegocio que contamina y envenena; las organizaciones campesinas avanzan en acuerdos para construir un Programa Agrario con el que plantear de conjunto y de cara a toda la sociedad cuáles son sus reivindicaciones más concretas, y cuáles son las iniciativas que proponen para lograr la Soberanía Alimentaria de nuestro pueblo.
Son pasos importantes a los que tenemos que sumarles fuerza, trabajo y corazón.
Buenos Aires, 1° de marzo de 2019
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