Regenerando el desarrollo

por Huerquen
Por Rodrigo Castro Volpe (*) para Huerquen

 

Luego de largos meses de crisis económica global por la pandemia del Covid-19, parece haber consenso global de que es necesario volver a crecer para estabilizar las economías y por lo tanto la paz socio-política. Suponiendo que lo hacemos en la senda de crecimiento que ha seguido la economía mundial en los últimos años- un 3% anual, el PBI se duplicaría en 24 años, se cuadruplicará en 48 años y se octuplicaría en 96 años.

Una pregunta crucial que surge al sentir y ser conscientes del estado actual de la emergencia climática y ecológica, ¿es posible una economía dos, cuatro u ocho veces más grande que la actual?

Desde la teoría esto se “soluciona” si logramos desacoplar el crecimiento económico de la destrucción de los bienes comunes y del aumento de la contaminación (GEI, químicos y residuos principalmente). Un desafío sin precedentes ya que siempre que la economía creció, la misma dirección siguió el consumo de materiales y energía. Así lo dejó claro un informe de 2019 de la Oficina Europea de Ambiente que concluyó que no hay evidencia empírica de que este desacoplamiento haya sucedido o esté sucediendo. Son varias las razones que podemos encontrar para justificar porque no va suceder.

i. Los bienes comunes que ya fueron apropiados son los más fáciles de acceder en términos energéticos.
ii. La historia nos muestra que los beneficios de la eficiencia se aplican en producir y consumir más.
iii. El problema se va a otro lado, ya sea porque cambiamos de tecnología o porque surgen nuevas zonas de sacrificio.
iv. El reciclaje puede aportar parte de los materiales que necesita una economía en crecimiento, pero nunca en la calidad y cantidad necesaria.

Dicho esto, nadie duda de lo indispensable de incentivos, leyes, tecnologías y otras políticas reformistas para intentar desmaterializar nuestra economía, y así reducir el impacto de las actividades humanas y mantener en pie lo poco que queda de la trama de la vida. Pero de seguir en el camino del crecimiento económico las condiciones de habitabilidad para esta civilización (junto a miles de otras especies), no estarán más. La vida seguirá su camino evolutivo como lo hizo ya en las otras cinco extinciones masivas.

Mientras los defensores del crecimiento económico le prenden una velita a una estampita de Elon Musk, Bill Gates y compañía, ¿podemos pensar en otro(s) modelo(s) de desarrollo que no impliquen al productivismo como mantra intocable?

 

Deconstruyendo el productivismo

No es sorpresa que las bases epistemológicas del productivismo sean las mismas que sustentan al patriarcado, al racismo, al especismo, a la meritocracia y al colonialismo. Una visión mecanicista de la vida, entendida como aquello que puede ser medido y cuantificado, y en donde mente y materia son teóricamente separados. De esta manera, cuerpos y naturaleza son vistos como máquinas a disposición del hombre, para ser apropiados en nombre del progreso y la productividad. No es el objetivo de esta nota profundizar en esta visión de la separación -la cual se hace hegemónica al mismo tiempo que se reprimían las revueltas campesinas europeas a finales del feudalismo, que se perseguían y quemaban brujas durante la inquisición, y que se exterminaban a los pueblos originarios de Abya Yala-, sino en contraponer una “nueva” visión superadora de lo que entendemos como vida y las implicancias que tiene para pensar el desarrollo humano.

A principios del siglo XX, desde la ecología y la biología organicista, agotados de teorizar infructuosamente sobre la vida con los principios de Newton, Descartes, Galileo y demás iluminados de la Revolución Científica del Siglo XV, se observó detalladamente (bajo el método científico) como funciona la vida, y se expusieron los principios de lo que hoy se conoce como pensamiento sistémico. Estos son (i) que los sistemas vivos son totalidades integradas, (ii) que a mayor el nivel del sistema, mayor la complejidad; (iii) que los sistemas deben ser entendidos desde el contexto del todo mayor, y (iv) que lo prioritario es entender los patrones de relacionamiento del sistema. Estas bases del pensamiento sistémico, dieron lugar a una revolución en la ciencia en búsqueda de entender los patrones esenciales de la sistemas vivos, de la cual surgieron nuevas teorías sobre la vida y la evolución, cómo la Teoría General de Sistemas de Von Bertalanffy, la Endosimbiosis de Lynn Margulis, la Teoría Gaia de James Lovelock y la Autopoiesis de Humberto Maturana y Francisco Varela.

Recién en estas últimas décadas estamos viendo aflorar ese nuevo entendimiento de la vida en distintas ramas científicas y disciplinas, como por ejemplo la revolución paradigmática en la que se encuentra la agricultura con la agroecología.

Hoy en día son millones los agricultores y agricultoras en todo el mundo, que se encuentran en transición hacia la agroecología, desde una agricultura de insumos hacia una basada en procesos. Utilizan en algunos casos tecnologías de avanzada como la siembra directa, al mismo tiempo que rediseñan sus campos priorizando las relaciones entre la biodiversidad, resultando en menores costos, mayor rentabilidad, desendeudamiento y capitalización.

En Argentina deberíamos estar celebrando, acompañando y protegiendo a cada agricultor y agricultora que al transicionar a la agroecología, logra liberarse del sistema financiero y de Bayer-Monsanto, de Bioceres, de Cargill y de Black Rock. Recordemos que actualmente el 30% del valor que se exporta de soja y maíz OGM se gasta en semillas e insumos (fertilizantes y biocidas), en su mayoría importados con la mayor parte del mercado nacional en manos de empresas multinacionales.

Este proceso de transición implica a su vez la transformación de principios y valores hacia la conservación, la solidaridad, la cooperación y la asociación, priorizando la calidad por sobre la cantidad y cumpliendo el rol social de abastecer con alimentos sanos a las comunidades que pertenecen. Una vez garantizado el abastecimiento de alimentos sanos para la población local, está el potencial de exportar alimentos, fibra y forraje de mayor nivel nutricional y valor de venta a los otros pueblos de la región y luego del mundo.

Productoras agroecológicas de PIP UTT en Misiones – Foto Vaca Bonsai

Cambio de paradigma

La pandemia (y el incuestionable colapso climático y ecosistémico que recién empezamos a navegar) hizo recalcular hasta al más distraído de que la dimensión ambiental no puede ser ninguneada al reflexionar sobre el desarrollo humano. La discusión que nos encuentra ahora – y donde se inserta esta nota – es como se da ese acercamiento entre desarrollo y ambiente.

Desde la visión mecanicista de la vida, nuestra actual crisis civilizatoria es el resultado de la mala gestión; de fallar en observar los límites ecosistémicos y planetarios. La tensión entre ambiente y desarrollo se resuelve al lograr un equilibrio entre lo que sacamos y devolvemos a los ecosistemas. Tecnologías, eficiencia y regulaciones que impliquen hacer menos mal son las principales respuestas que esta visión ofrece. Esto es lo que observamos en las propuestas de Crecimiento Verde que empiezan a aparecer desde las usinas desarrollistas de todos los países- sin importar el color político-, como lo es el Plan de Desarrollo Productivo Verde que presentó el Ministerio de Desarrollo de la Nación, el Green New Deal de Estados Unidos o el Pacto Verde Europeo. Cabe recalcar que en todos los casos se trata de propuestas ideadas desde Buenos Aires, Washington y Bruselas (respectivamente) por funcionarios y empresarios.

Por otro lado, desde una visión sistémica de la vida, la actual crisis civilizatoria es una crítica a nuestra cognición y espiritualidad. Es un llamado a reflexionar sobre cómo nos relacionamos con la naturaleza y entre nosotrxs. Bajo esta óptica, debemos dejar de vernos por fuera de un entramado vivo, y entender que dependemos de la compleja trama de la vida.

Los caminos de desarrollo a explorar de esta visión, implican la regeneración de la vida en la tierra a través de la co-evolución, entendido como la reorientación del sistema construido para que conecte las actividades humanas con la evolución de los sistemas naturales. Basados en que los humanos podemos contribuir a la abundancia de vida, es necesario trabajar en asociación con la naturaleza para agregar valor, en vez de observar a la naturaleza como algo lejano que sucede. Esto nos llama a dejar de diseñar cosas, para pasar a diseñar la capacidad del mundo construido. No es tecnología lo que debemos diseñar, sino que son procesos basados en la observación y aprendizaje de las estrategias que eligió la vida para evolucionar y sobrevivir en la Tierra. Acá no hay receta mágica para aplicar por igual, sino que se trata de principios que deben ser aplicados por las comunidades teniendo en cuenta la singularidad socioambiental de cada lugar.

Esto no significa tirar por la ventana siglos de aprendizaje y perfeccionamiento de nuestro pensamiento lineal, sino entender que el desafío es vincular y no tecnológico. Priorizar procesos ecológicos y capacidades humanas por sobre insumos y tecnología al vincularnos con la vida significará menos uso de energía y materiales, por lo que las economías indefectiblemente reducirán su tamaño en términos de PBI. Medir el bienestar de una sociedad a través del PBI perderá sentido.

Productorxs agroecológicos del Grupo «Suelo Vivo» en 30 de Agosto, BsAs – Foto Huerquen

Tiempo de regeneración

Nos encontramos ante un desafío incierto, incómodo y jamás atravesado por la humanidad; somos la primera generación en la historia que debe de manera consciente atravesar una transición paradigmática a nivel personal y colectivo. Para lograr semejante transformación deberemos poner cabeza, corazón y manos en construir nuevas realidades, al mismo tiempo que nos organizamos para frenar los avances del paradigma obsoleto.

Como humanos hemos gastado infinita cantidad de energía en pelear con la naturaleza, simplificando los sistemas naturales para hacerlos más predecibles y controlables. Pero el proceso evolutivo de la vida en este planeta implica ir de lo simple a lo complejo; esta fuerza es lo que le/nos permitió evolucionar y mantenerse/nos en la tierra desde hace 4 billones de años. No tener esto en cuenta cuando diseñamos y planificamos nuestros sistemas, nos pone en conflicto con los sistemas vivos y con nuestra naturaleza de ser humanos. Solo el futuro dirá si la especie humana es un intento fallido de la evolución o si surgimos para evolucionar junto a ella.

Julio 2021

* Productor agroecológico, miembro de RENAMA

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